Por
Raúl Sanz Suárez
Maestría
en Dirección de Empresas de Entretenimiento
Injusto
sería que cupiera la menor duda de que la industria musical se ha subido al
avión con nivel de vuelo ascendente. Ha decidido incorporarse a este mundo
evolutivo, donde la tecnología marca la pauta entre lo innovador y aplicable y
lo obsoleto y desechable. Y entiéndase “evolución” como la capacidad de
adaptarse y mejorar; de apropiarse de los recursos y herramientas que se
encuentran al alcance de la mano y plasmarlos en un beneficio que comparte la
particularidad y la generalidad.
Dentro
de esta extraordinaria evolución musical, los beneficiados, a los que me
refiero, comprenden desde los propios autores y artistas hasta el destinatario
final: el consumidor. Nunca antes se había tenido un alcance a tanta música
como la que se tiene ahora; y no me refiero a la calidad de la misma, pues ese
sería tema para otro ensayo, pero sí a la cantidad que toma participación en el
mercado.
Por
supuesto que en toda gran historia siempre existirá un protagonista, y en este
caso no es otro que la misma “evolución musical”, a la que tanto me he referido
y seguiré refiriéndome. Pero, desde luego, también siempre habrá uno o más
antagonistas, y no siendo este tema la excepción, me encuentro haciendo alusión
a las compañías discográficas, la pobre regulación sobre los derechos de autor
y la piratería. Así es que, para entrar a detalle en estos puntos, considero
importante recurrir a la cronología que me atañe dentro de la historia.
1999
es el año que traza el parte aguas en la historia de la industria musical,
cambiando su rumbo para siempre. Esto sucede con la aparición de Napster,
quien, apoyándose en la flamante herramienta conocida como “internet”, comenzó
con un modelo controversial y espontáneo, tomando mal paradas a las compañías
multinacionales de la industria, donde compartía sus canciones con los demás
usuarios de la red, a través de formatos de música comprimida (MP3) y
tecnología Peer to Peer (P2P).
En este
respecto, Ángel Navas Rosal (2013) opinó en su artículo “La
Industria Musical Lidera el Crecimiento de la Nueva Era Digital” lo
siguiente: “Como bien sabemos, la industria musical fue la primera en
sufrir el impacto de la digitalización y la piratería allá por el año 1999.
Pero también le permitió ser la primera en evolucionar, y aunque le tomó más de
10 en coger el rumbo, hoy en día lidera, y por mucho, al resto de las
industrias creativas y de la comunicación... El negocio digital de la música
representa casi 60% del total frente a negocios como el cine… …el negocio
digital sigue en aumento. Sin duda todas las industrias deben
enfocarse en el desarrollo de nuevos modelos digitales sostenibles”.
En
este sentido, nos topamos con un universo completamente nuevo, mismo que casi
parecía inverosímil para los que nos aprovechábamos de él. ¿Cuándo, antes, nos
habíamos imaginado tener música tan fácil y rápidamente, pero, sobre todo,
GRATUITAMENTE?
Por
supuesto que este acontecimiento no podría ser color de rosa por mucho tiempo,
y el final estaba de manifiesto en su destino. Pero lo que ya nadie pudo
detener fue el cambio que trajo consigo, y al que una vez más quiero
denominarlo como el inicio de “la evolución musical”.
Surgieron
entonces ciertas reformas inestables, pero lo más importante, aparecieron dispositivos
electrónicos aunados a tiendas virtuales que nos vendieron música comprimida.
Nos facilitaron y modernizaron la vida a la gran mayoría, aunque, de nueva
cuenta, no al mencionado antagonista, quien se resistió al nuevo cambio
evolutivo.
Siguiendo
con el curso de la historia, otra situación que me parece sumamente
interesante, y que se cuenta entre los beneficios de esta trascendencia, es la
alternativa que nos brindaron los servidores de las tiendas virtuales, como es
el caso de iTunes, donde los usuarios pudimos, por primera vez, comprar
únicamente las canciones que nos interesaban, sin tener que adquirir todo el
álbum. Nadie puede negar que, durante décadas, compramos discos y más discos,
solamente por una de las canciones que conformaban el álbum, y que, en
reciprocidad por el gasto que realizábamos, tan sólo encontrábamos tres
canciones, de las diez u once, que verdaderamente eran de nuestro gusto. Surgió
entonces, a partir de estas nuevas tendencias, la posibilidad de crear un
archivo discográfico digital y personalizado que incluyera, exclusivamente, las
canciones de nuestra entera satisfacción, pues existen estudios que confirman
que, en promedio, sólo se adquieren 1.5 de las canciones de los álbumes más
populares, según aseguran Juan Carlos Miguel de Bustos y Benjamín Arregocés (2006)
en su artículo “Hacia un Nuevo Modelo de
la Industria Musical”.
Ya no más música
basura o de relleno en nuestra biblioteca personal.
Continuando
con la trayectoria de este proceso evolutivo en el mundo digital, enfocado al
musical, otros de los beneficiados, además del consumidor, son los autores
mismos y los artistas, como lo afirma Koly Siller (2012) en su libro “La Fórmula del Éxito en la Nueva Industria
Musical”, haciendo alusión a que el nuevo modelo digital ofrece enormes
oportunidades a los artistas independientes si se hacen las adecuaciones
pertinentes para el desarrollo artístico. “…si tú deseas hacer
música hoy mismo, es mucho más fácil que antes” (p.8).
Anteriormente a esta serie de cambios,
derivados de la tecnología, los autores y diversos artistas dependían de las
compañías discográficas para poder dar a conocer su producto, comercializarlo y
promocionarlo, y eso si contaban con la fortuna de despertar el interés de las
mismas. Hoy en día, cualquiera puede grabar un álbum propio desde la comodidad
de su casa, contando sencillamente con un ordenador, el software
correspondiente y los instrumentos musicales necesarios. Pero el proceso no
culmina con la creación de dicho álbum, sino que los propios autores y artistas
son capaces de lanzarlo a la red digital y promocionarlo ellos mismos, sin la
necesidad de contar con el respaldo de una compañía discográfica reconocida. A esto mismo se refiere Andrés Mayo (2008) en
su columna “¿Cómo Sobrevivir en esta
Nueva Industria?”, donde dice lo siguiente: “…tenemos una Internet cada vez
más rápida, barata y accesible, lo cual comienza a dejar fuera de juego a una
cantidad de profesionales que hasta ahora vivían de la difusión y comercialización
de la música”. Con todas estas disponibilidades nuevas, el artista se
transforma en un especialista en el “Hágalo Usted Mismo”, adquiriendo
capacidades de grabación, edición, marketing y distribución de su propia música,
además de los talentos musicales que por supuesto debe poseer>>. De esta
manera, nuevamente los consumidores estamos expuestos a mucha más música de la
que se nos presentaba antes, y los autores y artistas tienen muchas más
posibilidades de alcanzar los oídos de los distintos públicos, aunque eso no se
traduzca, necesariamente, en ventas, éxito y reconocimiento.
Finalmente,
nos encontramos en la actualidad con softwares como Spotify o Soundcloud, donde,
por una tarifa fija, de carácter mensual, tenemos una gama amplísima de música
a nuestra disposición, pudiendo escucharla, por streaming, en los diversos dispositivos con los que contamos, a
cualquier hora y en cualquier lugar.
Por
lo tanto, si las distintas industrias han evolucionado a lo largo de los años,
poniendo como ejemplo la cinematográfica y televisiva, pasando por
videocassettes en sus distintos formatos, continuando con el DVD y el Blu-Ray,
y finalmente en la era digital, con aplicaciones como Netflix, iTunes, entre muchos
otros, también la música ha dado su paso en esta evolución, pasando por los audiocassettes,
los discos de vinil, los CD y sus respectivos aparatos de ejecución,
continuando por la música comprimida, que viaja hasta nuestros ordenadores y
dispositivos, hasta llegar a la música en streaming;
y todo en pro de un beneficio masivo entre creadores y consumidores.
Lamentablemente,
todo en esta vida tiene un talón de Aquiles, y este movimiento, que no se
detiene, aún cuenta con sus puntos flacos. Uno de ellos es la resistencia que
sigue ofreciendo la industria discográfica a evolucionar, a buscar y encontrar
otros rumbos y alternativas para el crecimiento de la propia industria. En vez de
eso, se opone, sin sentido ni esperanza, a una corriente natural en la historia
de la humanidad; situación que, de no cambiarla, sólo los llevará a cavar,
irremediablemente, profundas y lóbregas tumbas. Bien mencionan, de nueva
cuenta, Juan Carlos Miguel de Bustos y Benjamín Arregocés (2006), en su
artículo de la revista “Telos”, lo
que cito a continuación: “Las resistencias de la industria discográfica recuerdan a
las producidas en distintos periodos como consecuencia del nacimiento de nuevas
tecnologías, por ejemplo, la impresión de prensa, el telégrafo, los pianos
mecánicos, el cine, la radio, la televisión por cable, las fotocopias, el
vídeo, los grabadores de CD o más recientemente los grabadores digitales de
vídeo”. Así
mismo, creo, personalmente, los dirigentes de las compañías discográficas son
los principales oponentes de dicho movimiento en la actualidad.
Hay
gente a quien se le considera experta en la materia discográfica, debido a su
enorme trayectoria en la misma, que culpan a la propia industria, de mismo
nombre, de continuar frenando la evolución de la industria musical. Tal es el
caso del disquero y representante español que utiliza el seudónimo J.L.
Greensnake (2004), quien critica fuertemente a las disqueras en su libro “Réquiem por la Música, los Artistas y la
Industria”, al grado de abandonar dicho nicho para dedicarse ahora al mundo
de la animación. Él, desde un punto de vista sumamente negativo y derrotista,
vaticina: “La industria será la que pague de forma clara el mayor precio a su
propia codicia”, como lo informó el artículo de Informativos.net (2004),
relacionado a él y su libro, “Réquiem por
la Música, los Artistas y la Industria, desentraña los Entresijos del
Entretenimiento”. Personalmente, no comparto su opinión; quizás porque él
asegura el hecho, mientras que yo abogo a la posibilidad, y continúo pensando
que las compañías discográficas terminarán por ceder ante el cambio evolutivo digital
de la música, uniéndose, a la postre, a éste.
El
otro punto flaco, y que yo considero aún mucho más importante que el anterior,
es que mientras no se genere una forma adecuada para remunerar a los autores y
artistas en este nuevo modelo on line,
no podrá lograrse la institucionalización del mismo. Es prioritario y
fundamental dar una solución a este delicado tema para buscar y encontrar, de
esa manera, el equilibrio adecuado.
Otra opinión
con respecto a los derechos de autor en el nuevo marco de la industria musical es
la expresada por Álvaro Abitia Cuevas (2012), hablando de su libro “La Nueva Era de la Industria Musical. Una
Mirada Desde Latinoamérica” para el artículo de opinión de La Gaceta
de la Universidad de Guadalajara “Una Oportunidad
para Latinoamérica”, redactada por Edgar Corona (2013): “La era digital y el internet han puesto en tela de juicio casi todos los
conceptos y aplicaciones prácticas del derecho de autor “tradicional”. No hay duda
de que los autores tienen derecho a decidir por sus obras y, si así lo buscan,
a vivir de ellas. Tampoco hay duda de que todos deberíamos tener derecho a la información, el conocimiento y las expresiones
artísticas, pero un equilibrio entre estos derechos fundamentales no es fácil
de lograr. Polarizar opciones sólo confronta,
sin dejar espacio para la investigación y el acuerdo en beneficio de la
creación y la evolución del conocimiento. Nuestra poderosa capacidad creativa va más allá de buenas canciones,
discos trascendentes e increíbles conciertos; corren tiempos en donde se vuelve
necesario el reconocimiento de una nueva era para la industria musical”.
Prosiguiendo
con las causas que detonan el contexto digital actual en el marco de la música,
y que determinarán su resolución más adelante, me encontré con razones de otra
índole. En el libro “Industrias Audiovisuales: Producción y Consumo en el Siglo
XXI”,
coordinado por José Patricio Pérez Rufí (2013), en el capítulo “Batalla por el Futuro: la Industria
Discográfica Contra la Música Digital”, escrito por Jenifer Isabel Bautista
Sánchez, Katrin Chekunova Gross y Virginia Orellana Montero (2013), se asegura
que el futuro de esta batalla no se definirá por las tomas de decisiones por
parte de la industria discográfica o de la música digital, sino por las
tendencias que tengan lugar en ese momento. Por mi parte, concuerdo
completamente en que las tendencias marcan las corrientes momentáneas en el planeta;
tal es el caso del diseño de moda en la vestimenta, como gran ejemplo, entre
varios. Pero en lo que difiero es en que la propia industria no tenga palabra
en ello, pues mantengo la postura en que, sabiendo evolucionar, es decir,
cambiando y adaptándose a dichas tendencias, y aplicando los recursos que sean
debido plasmar, sabrán sobrevivir y trascender.
A
pesar de los temas en contra, me refiero a los puntos flacos que expuse
anteriormente, creo firmemente en que dicha situación será revertida y
modificada positivamente en un futuro; no conozco que tan próximo esté tal
futuro, pues no es el propósito del presente escrito dar soluciones a los
respectivos problemas, ya que no cuento sino con meras ideologías vagas; mas no
tengo duda en que así sucederá. Así como nunca he dudado en que el ser humano
es capaz de ponerle remedio a cada contratiempo que se presenta a lo largo de
la evolución de la propia especie, con mucha más razón aseguro que es capaz de
lograr la estabilización y la institucionalización durante el proceso de la
evolución musical.
Cada
industria está obligada a evolucionar, sin importar el nicho o giro al que
pertenece, y aquella que se resiste a hacerlo está condenada a morir.
Como
defensor de la evolución de la industria musical en esta grandiosa era
tecnológica, contrario a lo que, respetablemente, piensan personajes como el ya
mencionado Greensnake, cito también las palabras de Cristian Daniel Torres
Osuna (2012), en su tesis “Particularidades
y Proyecciones de Futuro de la Industria de la Música en el Siglo XXI: El Caso
de la Industria Discográfica Mexicana”, con quien comulgo rotundamente en
su pensamiento: “Las características mencionadas justifican el distinto tratamiento de
las industrias culturales, con respecto a otros campos industriales, no como un
sector antiguo (como se pudo haber asumido en el pasado), sino como uno en
evolución constante, al menos hasta ahora, a partir de las formas
tradicionales de industrialización” (p.68).
Otra
opinión que avala lo que en este escrito manifiesto es la de Enrique Dans
(2006), en su blog “Cambios en la Industria Musical”, donde expresa: “Tras el
desarrollo de las redes P2P, el modelo de negocio está obligado a evolucionar.
El mundo ha cambiado. El coste por copia carece de sentido. Los artistas pronto
se darán cuenta de que el nuevo modelo permite una interacción más directa, una
llegada a sus clientes libre de intermediarios, un desarrollo de posibilidades
hasta el momento desconocidas”. A su vez, califica la mentalidad de la
industria discográfica como “predadora y
dañina”. Por otro lado, ambos compartimos la ideología de que los CD ya no son
necesarios, y que, nuevamente, gracias a la evolución, el cliente tiene a su
disposición el mejor canal de distribución para adquirir música.
De
esta manera, llego al final de mi ensayo, deseando únicamente concluir el
mismo, externando que creo absolutamente en la evolución de esta maravillosa era
digital-musical, denotando con el término “evolución” el positivismo en mis
palabras. Tenemos que entender que el mundo ha cambiado, y lo digo
principalmente por aquellos que se rehúsan a modificar su sistema de negocio,
refiriéndome, principalmente, a las compañías discográficas. De comprender las
nuevas tendencias y unírseles, es muy posible que ellos se involucren de manera
exitosa en la industria, evolucionando junto con ella. Es necesario que también
los artistas y autores se den cuenta que este cambio evolutivo tiene grandes
consecuencias benéficas para ellos, aunque consiento también su postura ante la
ausencia de un desarrollo idóneo de derechos de autor que los proteja de mejor forma,
y, sobre todo, que puedan ser remunerados, económicamente, como les debe ser
correspondido. No existe el sistema perfecto, pues el ser humano dista mucho de
serlo y cada sistema deriva de su intelecto. Pero, si bien no habrá perfección,
sí puede haber precisión, y creo que el rumbo de la música en esta era digital
va, gradualmente, evolucionando correctamente. Por mi lado, me siento
complacido y feliz de formar parte de este momento histórico como consumidor, de
vivir a plenitud los cambios tecnológicos y de ser un testigo activo de su
desarrollo, ya que, personalmente, he disfrutado enormemente los beneficios de la evolución natural de la industria musical.
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