Por Michelle Angell
Practicum 1
Existe
un momento sumamente incómodo, en el que de pronto todo lo que creías conocer
se desvanece por unos instantes. Un estado efímero y fugaz en el que la duda se
aprisiona de tu mente y las palabras que forman la pregunta ¿qué hago aquí?, no
dejan de repetirse y de bailar ante tus ojos como espirales infinitas de
silencio. Personalmente, he experimentado un par de veces este momento del que
les hablo, he de confesar.
Ya
entrando en confianza podría decirte que esto me ha pasado cuando el destino,
el tiempo, la gravedad o mi propia consciencia me han hecho dar dos pasos hacia
atrás y dejar que la perspectiva cumpla su peso, reacomodando lo que mi cerebro
llevaba ya un rato sin mirar. Y es que de pronto nos encontramos atrapados bajo
un inmenso peso de opiniones sin fundamento, en una serie de imágenes que pasan
tan de pronto que ni el detalle se aprecia. Las siluetas se quedan en el subconsciente,
pero la oportunidad de entenderlas huye por su vida, tan rápido que ni le vemos
la sombra.
Leo
artículos donde me dicen que si sucumbo ante las modas del momento caigo en
cierto grupo o estereotipo y que si decido no hacerlo, termino encallada en el
otro. Me dicen que si me gusta una canción debo pensar de cierta forma, que si
escojo botas o tenis; o zapatos o tacones no solo será el calzado que pisará el
cemento, sino que dictará como se escuchen mis palabras. ¿El ruido de la forma
de mis zapatos, será el eco de mis palabras? ¡Pero qué incongruencia! -pensé entonces. Una manera tonta de ver
la vida pero al cabo cierta, por lo que acepté.
Usé tenis cuando quería, y zapatos cuando debía, botando de estereotipo en
estereotipo como una pelota en juego de futbol nada más por diversión. A ver en
qué género caía, o si me quedaba en la mitad.
Lamentablemente
ni caí en ningún estereotipo ni me quede en la mitad. Lo que me quedé fue
dormida, cayendo en un profundo sueño en el que todos los jóvenes nos
encontramos en algún punto, víctimas intransigentes de la posmodernidad; en
donde todos queremos ser diferentes y terminamos siendo lo mismo.
Cuando
era pequeña y acompañaba a mis padres a la iglesia a veces el sol se colaba por
las rendijas y producía una esfera de color en mis pupilas. Cuando cerraba los
ojos y los abría de pronto, la esfera manchaba y distorsionaba ciertos puntos
de mi visión por unos instantes. Esta “mancha” de color solo se posaba en las
cabezas de ciertas personas, por lo que mi burda imaginación creía que los
individuos en los que se podía ver la luz, poseían algo sin igual, una especie
de poder. ¡Qué arrogancia de aquella mocosa de diez años que creía ser capaz de
ver lo especial en las personas!
Y sí,
probablemente era arrogancia. O quizás hasta un poco de aburrimiento combinado
con una gran imaginación. Pero lo que vi de niña, hoy me hace eco en la cabeza,
pues me rehúso a pensar que todos somos banas copias de lo mismo. Me rehúso a
pensar que somos un conjunto de frases copiadas o argumentos premeditados o
manipulados por los medios.
Confieso
que yo también me quede dormida, intenté despertar un par de veces en los
momentos que mencioné al principio, pero nunca del todo. Hasta que lo pensé dos
veces, y luego tres y cuatro. Hasta que este pensamiento ya era lo único que
ocupaba mi mente.
Me
dije a mi misma que despertara, pues estas ganas de vivir en un mundo en donde
la opinión pública es un montón de artículos falsos y vacíos en redes sociales,
en dónde cierto tipo de música se ha vuelto un acumulado de infames vibraciones
sin sentido y donde la literatura es casi obsoleta, habían quedado extintas. Me
quedé sin ganas de vivir en donde el arte ya no es arte y donde solamente
existe pretensión instantánea, donde si Facebook
lo dice, yo lo sé y lo recito.
Yo ya
desperté. Esa niña viendo lo especial en la gente se quedó dormida también,
sucumbió ante el sello y el uniforme de la madre rutina, pero ya despertó. Soy
una mujer joven, de la generación milennial que no pertenece ni al pasado ni al
futuro; de la generación en la que los límites no me los da mi género, ni me
sexualidad ni mi nacionalidad. Soy joven y ya desperté. Desperté para saber que
sí, soy un conjunto, pero de mis experiencias vividas, de mis pensamientos y de
mis locuras. Soy presa sí, pero de las canciones que me gustan, de las
películas que me sacan las lágrimas y de la ropa que me hace sentir cómoda. Soy
consciente de que la cultura y la pretensión son primos, pero que no se llevan
bien y deberé de separarlos. Estoy alerta de que no debo de caer en ningún
estereotipo si no quiero, aunque tampoco está mal si es lo que me gusta.
Entiendo
que si quiero tener la primera o la última palabra deberé informarme. Yo ya
troné la burbuja que me hace ignorar las cosas realmente importantes, en dónde
buscaré construir un mundo, tal vez utópico, en donde lo que se diga sea con
fundamento y que cada quien sea especial para lo que le guste, sin tener que
pisar o mirar con recelo lo ajeno, sin intentar acoplarse, achicarse o agrandarse
para caber en un espacio. Hoy te digo a ti: crea tu propio espacio.
Motívate
para defender a tu generación y no caer en lo fugaz o en lo vacío. Enséñale a
todos que, si cierran los ojos y los abren de pronto, en ti verán la luz que te
hace diferente, diferente e irrepetible en este mundo en donde nos han hecho
creer que solo somos inmensas cantidades de energía y conjuntos de átomos en el
paso de una era que se va a acabar y solo será polvo en el polvo. Huye de las
garras de la posmodernidad y sé tú mismo, en donde no hay presión para
aceptarte o quererte, pero que si lo logras podrás beber del elixir de la
felicidad. Yo ya desperté, ¿y tú?
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