Andrea Terroba RodrÃguez
Alumna de Comunicación
Apenas comenzaba el lunes 30 de septiembre y ya
habÃa un grupo de cerca de diez personas esperando afuera del Salón de Exámenes
de la universidad. A través de los ventanales podÃa verse que los vÃveres
perfectamente clasificados el viernes anterior ahora estaban cubiertos bajo
torres de nuevas donaciones que habÃa llevado la Cruz Roja Mexicana durante el
fin de semana.
Tras dejar sus cosas junto a la mesa de
registro, los voluntarios del centro de acopio se enfundaron en la
caracterÃstica camiseta naranja de ASUA (Acción Social Universidad Anáhuac),
para poner manos a la obra y seguir inventariando, catalogando y empaquetando
vÃveres que tanto alumnos y docentes de la Anáhuac, como miembros de la
sociedad civil, donaron para los damnificados de los ciclones que golpearon
ambas costas mexicanas durante el puente del 15 de septiembre.
Durante el transcurso de la mañana se asignó
entre los voluntarios la tarea de ir acomodando los artÃculos en sus
respectivas pilas: primero el arroz, luego los frijoles, el atún y las
mermeladas y demás alimentos, para posteriormente pasar a artÃculos del hogar y
de limpieza personal.
Alrededor del medio dÃa llegó la
responsable, Ana Cris Pacheco, con la buena noticia de que habÃa conseguido
bocinas y iPod para amenizar la ardua labor de preparar las despensas para
quienes perdieron todo en las inundaciones. Al ritmo de Selena Quintanilla o
Pitbull, cerca de 20 voluntarios armaban cajas, buscaban cubos de caldo de
pollo enterrados entre las bolsas de sopa de pasta y apilaban despensas al
centro del salón.
La rotación de voluntarios era constante.
De pronto se escuchó a una alumna decir: “¡Ya voy tarde a mi examen!”, al mismo
tiempo que uno nuevo llegaba a preguntar qué tenÃa que hacer.
Cuando el equipo se acercó a las 80
despensas armadas llegó la hora de comer y por ende una tranquilidad que no se
habÃa sentido en todo el dÃa abarcó el centro de acopio. Mientras algunos
voluntarios se sentaron en la terraza, otros como Natalia Maganda se empujaban
en los diablitos para divertirse un rato mientras comÃan sándwiches, papas o
ensalada; cualquier cosa que les permitiera regresar rápido a la acción.
En
eso, apareció en la puerta a una persona que a simple vista podÃa distinguirse
como alguien que no venÃa de la universidad. Un hombre joven que vestÃa un
overol verde oscuro llegó cargando un paquete de seis latas de frijoles y dos
botellas de aceite. Las miradas y sonrisas de los voluntarios no se hicieron
esperar, ya que para la mayorÃa era
sorprendente como una persona que trabaja en una
gasolinera, subsistiendo únicamente de las propinas que recibe, fuera capaz de
acercarse al centro de acopio para aportar su granito de arena a sabiendas de
que siempre va a haber alguien con necesidades más apremiantes que las suyas.
El silencio
se convirtió en una lluvia de agradecimientos en reconocimiento del esfuerzo
que este hombre estaba haciendo por ayudar a uno, dos, o tal vez tres mexicanos
que nunca conocerán la proveniencia de esos frijoles ni ese aceite, pero que
definitivamente mejorarán vidas, porque al final del dÃa, tanto el esfuerzo
fÃsico de los voluntarios, como monetario de los donadores, se resume en una
frase que al dÃa siguiente siguió impulsando el trabajo en el centro de acopio
de la Universidad Anáhuac: “Va por ti, mexicano.”
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