A través de cada una de sus diferentes ubicaciones, El
Caballito ha hecho suya la historia y riqueza de grandes acontecimientos que
han marcado a la sociedad mexicana de nuestros días. Su excelente factura y
clásica belleza lo han hecho un emblema universal de la Ciudad de México.
Desde hace ya dos siglos la estatua ecuestre de Carlos IV,
conocida popularmente como El Caballito, ha sido testigo de la evolución histórica
de la Ciudad de México. La obra de arte fue concebida por el arquitecto y
escultor valenciano Manuel Tolsá (1757-1816), quien a fines del siglo XVIII impartió
clases en la Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos de la Nueva
España.
Tolsá nació en la villa de Enguera, ubicada en el reino de
Valencia, el 4 de mayo de 1757. A la edad de 23 años se trasladó a Madrid para
estudiar en la Academia de San Fernando, lugar en donde obtuvo el 3° lugar en
pintura, en un concurso realizado en el año de 1781, y tres años más tarde, el
2° puesto en un certamen de escultura.
Para el 6 de diciembre de 1789, Tolsá recibió el nombramiento
de académico de mérito en escultura. En Madrid, se desempeñó como escultor personal
del rey Carlos III. Tiempo después decidió solicitar una plaza vacante en la
Real Academia de las Bellas Artes de San Carlos Borromeo de la Nueva España, como
director de escultura.
El 16 de septiembre de 1790, Carlos III le concedió el
puesto. Un año más tarde, Tolsá desembarcó en el puerto de Veracruz. De ahí
partió a la Ciudad de México, donde llegó el 22 de julio de 1791. Una vez instalado
en la capital, la demanda de proyectos no se hizo esperar.
Realizó distintos diseños arquitectónicos como el de la
residencia del marqués del Apartado y vizconde de San José; la edificación de
la Iglesia de Loreto, cuya cúpula es la más grande de toda la ciudad; y la
conclusión de la obra barroca más importante de todos los tiempos, la Catedral
Metropolitana de la Asunción de la Santísima Virgen María de los cielos de la
Ciudad de México.
En el campo de la escultura, Tolsá se destacó por realizar
el busto funerario de Hernán Cortés y la estatua ecuestre de Carlos IV. Este
grandioso monumento fue mandado a realizar por encargo del virrey don Miguel
de la Grúa Talamanca y Branciforte, Marqués de Branciforte (1755-1812). Con la
realización de la suntuosa efigie el gobernante novohispano quería enaltecer a
la figura del rey Carlos IV de España (1748-1819).
Actualmente, El Caballito se yergue como uno de los
monumentos más notables y apreciados de todo el patrimonio histórico de la
Ciudad de México. En cada una de sus diferentes ubicaciones, siempre rodeado por
el caótico bullicio de la urbe, ha hecho suya la historia y la riqueza de grandes
acontecimientos que han macado a la sociedad mexicana de nuestros días.
Su clásica hermosura, que contrasta con la abrumadora
atmósfera de la capital, lo han llevado a convertirse en un digno emblema de
la ciudad desde hace nada más y nada menos que 200 años.
Adular
a Carlos IV
La primera estatua ecuestre de la cual se tiene registro
en la historia de la humanidad se erigió en el año 170 d.C., en honor al
emperador romano Marco Aurelio. Actualmente, ésta se encuentra situada en la
plaza del Capitolio de la ciudad de Roma. Fue hasta el año de 1756 cuando en
la Nueva España surgió la idea de construir monumentos ecuestres para monarcas
españoles.
En octubre de 1789, don Juan Vicente de Güemes Pacheco de
Padilla y Horcasitas, Conde de Revillagigedo y quincuagésimo segundo virrey de
la Nueva España (1740-1799), promovió la construcción de una efímera escultura
de madera y yeso en honor al rey Fernando VI. Sin embargo, la administración
de Güemes Pacheco fue interrumpida desde España por Manuel Godoy y Álvarez de
Fabia (1767-1851), favorito y primer ministro de Carlos IV.
Para 1794 Godoy logró convencer al rey de nombrar como
nuevo soberano de la Nueva España a su cuñado, el militar siciliano Miguel de
la Grúa Talamanca de Carini y Branciforte, Marqués
de Branciforte (1755-1812), considerado
por la historia como uno de los gobernantes más corruptos del virreinato. Desde
su llegada, Branciforte se distinguió por su ostentoso estilo de vida y
corrupta personalidad:
“Valíase Branciforte de su alto oficio para satisfacer su
codicia nunca saciada. No daba paso si no era para lograr abundante provecho;
cegado con el polvo de la dádiva se hizo rico de la misma injusticia. No
atendiendo sino a su utilidad juntó grandes haberes de riquezas ajenas. En la
plata y el oro tenía su interés y consuelo”, señala una carta escrita en el
año de 1796 al rector de la Pontifica Universidad de México.
Tiempo después, con el afán de redimir sus fechorías ante la
corte española, y de paso, hacer un buen negocio, en 1795 Branciforte mandó a realizar
un monumento ecuestre con la figura de Carlos IV. El proyecto en bronce osciló
entre los 18 y 20 mil pesos, y estuvo a cargo de Manuel Tolsá, director de
escultura de la Real Academia de San Carlos.
Para reunir los fondos que cubrieran los gastos de la
obra, se organizaron numerosas corridas de toros en una plaza de Paseo de
Bucareli. A la causa se sumaron la Pontifica Universidad y personajes de la
aristocracia novohispana. Aunque el dinero reunido, terminó por sobrepasar al
monto estimado inicial, el corrupto virrey no dudó ni un segundo en hacerse
con el botín restante.
La primera piedra
El 12
de octubre de 1796, Branciforte visitó la Academia de San Carlos para
inspeccionar los avances de la obra, quedando sumamente complacido. La primera
piedra del Caballito fue colocada el 18 de julio de 1796, en la Plaza Mayor,
por el mismísimo virrey.
Para el
diseño del pavimento que adornara al monumento, Tolsá se inspiró en el proyecto
que Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) realizó para la estatua del emperador
Marco Aurelio. Por medio del trazo de una
elipse de 114 metros en su eje mayor y 95 metros en su eje menor, la imagen de
Carlos IV fue cercada por un muro de sillería dura que procedía de Culhuacán.
El diseño
quedó compuesto por una balaustrada interrumpida por dados coronados y
jarrones etruscos. Dos banquetas, una exterior y una interior, decoraban la
circunferencia. Asimismo, se instalaron cuatro enormes puertas de hierro
dorado que daban acceso al monumento. Los cuatro pórticos sumaron la cantidad
de 28 mil 600 pesos.
Fue hasta el 9 de diciembre de 1796, cuando se llevó a
cabo la inauguración de un provisional Caballito hecho de madera y yeso. El
festejo del evento se hizo coincidir con el santo de la reina María Luisa de
Borbón-Parma, esposa de Carlos IV. Esa misma noche se inició una pomposa
fiesta que duró tres días.
Como complemento al fastuoso acontecimiento, se publicó
una estampa conmemorativa dibujada por Rafael Ximeno y Planes (1759—1825) y
grabada por José Joaquín Fabregat (1754-1807), en la cual se exponía la
excelsa obra de Tolsá en la Plaza Mayor.
En el pedestal de la escultura se escribieron, en letras
de oro, las siguientes palabras:
“El exmo. D. Miguel de Branciforte, que sustituto de su
monarca en el gobierno de la América Septentrional desempeña la real
clemencia, con universal aplauso del Senado y pueblo mexicano, determinó el 9
de diciembre de 1796 erigir a su costo esta estatua ecuestre de Carlos IV el
óptimo, el piadoso, el feliz hijo de Carlos III, nieto de Felipe V, descendiente
de San Luis y de San Fernando, porque conservando siempre una paz octaviana,
por inspiración divina, no con menos clemencia que poder, y suficiente para
otros muchos, sustenta dos imperios”.
De paseo por la
ciudad
Para el año de 1803, la estatua en bronce del Caballito
había sido terminada. Sin embargo, tras la Independencia de México, en 1823 la
escultura fue retirada de la Plaza Mayor para ser resguardada en el patio de
la Real y Pontificia Universidad de México.
El motivo fue impedir que el equino de bronce fuera
destruido por el presidente Guadalupe Victoria (1786-1843), quien consideraba al
monumento como un grandísimo insulto para la nueva nación mexicana. Sin
embargo, Lucas Alamán (1792-1853), uno de los políticos más influyentes del
país, impidió su destrozo.
Para 1852, el arquitecto Lorenzo de la Hidalga (1810-1872)
se encargó de trasladar al Caballito a la glorieta de Bucareli, colocándola
sobre el pedestal que posee actualmente. En aquella época el lugar empezó a
ser llamado por los pobladores como Plaza del Caballito o Glorieta del
Caballito.
En mayo de 1979, la célebre escultura fue enclavada en la
Plaza Manuel Tolsá, ubicada en la calle de Tacuba del Centro Histórico de la
Ciudad de México, entre el Museo Nacional de Arte y el Palacio de Minería. El
arquitecto que llevó a cabo el traslado fue Sergio Zaldívar Guerra.
Con precisión cronométrica el pequeño viaje la escultura
“duró apenas 120 minutos durante los cuales miles y miles de habitantes de la
metrópoli se lanzaron a la calle” para acompañarla hasta su ubicación actual,
relata el periódico El Universal en
la cobertura que le dio al hecho.
El día 9 de febrero de 1931, la escultura fue declarada
Patrimonio Nacional por ser una de las obras de arte más notables de todo el
mundo.
200
años de historia desollados
Desde
hace más de dos siglos, El Caballito ha galopado entre edificios y calles de
la Ciudad de México. A lo largo del tiempo, su piel de bronce había sido
víctima de las inclemencias del tiempo. Sus patas, por ser frágiles y delgadas,
presentaban profundas fisuras que pedían a gritos una restauración inmediata.
Sinceramente,
lo mejor para El Caballito hubiera sido callar. El pobre no tenía idea de lo
que le esperaba, pues el gobierno de la Ciudad de México, a través de la
empresa Marina Restauración, disolvió la capa
exterior de estaño y zinc de la estatua con ácido nítrico. En un abrir
y cerrar de ojos, más de 200 años de historia fueron carcomidos.
Por ahora,
el equino de bronce presenta tonalidades rosa salmón y azul verdoso. El ácido
nítrico afectó en un 50% su exquisita factura. En cuanto a Marina
Restauración, las autoridades le prohibieron volver a prestar sus servicios a
la Ciudad de México en un lapso no menor a 10 años.
Por
su parte, Liliana Giorguli, directora de la Coordinación Nacional de
Conservación del Patrimonio Cultural y encargada de la nueva restauración,
señaló que la reparación de la escultura tendrá un costo total de 7 millones y
medio de pesos y que volverá a ser expuesta al público en mayo o junio de
2017.
Martha
Fernández, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la
UNAM, opina que lo ocurrido:
“Es
consecuencia de la falta de intervención del INAH en las acciones emprendidas
por el gobierno de la ciudad en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Desde
1972 existe la Ley federal sobre monumentos y zonas
arqueológicos, artísticos e históricos, que el Instituto no ha
aplicado a pesar de la destrucción de edificios valiosos”.
El Caballito, digno emblema de nuestra ciudad, es un legado que nos
vincula con nuestro pasado, historia
materializada que debemos conservar para las futuras generaciones. Su
clásica belleza lo hace ser amado por el pueblo mexicano. Su casi inminente pérdida le hizo ser llorado.
Sin embrago, en unos cuantos meses,
volverá a ser expuesto al público dentro de los confines de una de las mejores
plazas de toda la Ciudad de México. Será a mediados de mayo o junio cuando podrá
a ser admirado de nuevo por las miradas de todas las personas que transiten
por la calle de Tacuba y decidan, por un solo instante, dejarse llevar por los
trotes del Caballito. ♞
Fuentes:
- http://www.eluniversal.com.mx/entrada-de-opinion/colaboracion/mochilazo-en-el-tiempo/nacion/sociedad/2016/12/26/y-que-es-de-el
- http://www.revistaimagenes.esteticas.unam.mx/el_caballito_de_la_gloria_al_infortunio
- http://de10.com.mx/top-10/2016/12/09/las-aventuras-de-el-caballito-de-tolsa-en-dos-siglos-de-historia
- http://cultura.elpais.com/cultura/2016/08/10/actualidad/1470781005_470340.html
- http://elpais.com/elpais/2016/08/10/album/1470830302_776996.html#1470830302_776996_1470831547
- https://valledeelda.com/blogs/historia-y-patrimonio/153-5-razones-para-conservar-el-patrimonio-historico.html
Me encanta como redactas bebé
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