Los Ancianos Mayores

Por: Adriana Zavala A.

Alumna de la materia Ética de la Comunicación.

La vejez es considerada la última etapa de la vida, en que los proyectos de vida han terminado y es tiempo de disfrutar lo que queda de vida con tranquilidad. Al llegar a la tercera edad, las personas normalmente están jubiladas, necesitan ayuda para realizar tareas cotidianas, pierden agilidad mental o física, y padecen ciertos problemas de salud, relacionados con la edad. Esta situación provoca que muchas veces la sociedad considere a estas personas como un estorbo familiar o como una carga que deben soportar, trayendo como consecuencia discriminación y abandono.

En México, el gobierno se ha interesado especialmente en este sector de la población, proporcionando facilidades, pensiones, y servicios para ellos. En los últimos años, una de las iniciativas más fomentada ha sido la creación de asilos, que van desde los públicos, hasta los exclusivos, con cuotas muy altas. Estos lugares son diseñados para que los ancianos tengan un lugar donde vivir tranquilos mientras otras personas están pendientes de su bienestar físico y social. Podríamos decir que entonces el asunto de los ancianos está solucionado.

Sin embargo, gran cantidad de veces, los familiares de una persona de edad madura, optan por colocar en un asilo a su pariente con tal de desentenderse de él, sin siquiera pedirle su opinión. Para ellos, hay una cierta satisfacción de conciencia, porque al colocar a su familiar en un lugar así, no le faltará nada, y habrá quien esté al pendiente de su salud.

Surge una cuestión ética en cuanto a los ancianos y sus parientes. Una persona de la tercera edad, a pesar de ya no tener las mismas aptitudes, energía o salud que alguien joven, sí tienen facultades mentales, deseos, sentimientos y poder de decisión. Si un viejito, por voluntad propia, quiere vivir en un asilo el resto de su vida, es muy válido, pero cuando los hijos o familiares de una persona mayor deciden por él y, sin su consentimiento, lo dejan en un asilo, violan su dignidad y su derecho de elegir cómo vivir el tiempo que le queda.

Sin importar la edad, los ancianos siguen siendo personas que merecen ser tratadas como seres humanos, no como cargas. Además, algo cierto, es que todos nosotros, que ahora somos jóvenes, tarde o temprano estaremos en el lugar de aquellos a quienes llamamos “viejos”.

Por lo tanto, debemos tomar conciencia como sociedad, y ser subsidiarios; es decir ver por aquellos que por sí mismos no pueden sobrevivir. Es imprescindible que las nuevas generaciones se esfuercen por respetar el valor de la persona humana, sea cual sea su edad, teniendo en cuenta que esas personas alguna vez fueron jóvenes y vieron por nosotros, cuando nosotros necesitábamos de alguien que nos cuidara.

Es momento de retribuir algo de lo tanto que nuestros familiares maduros nos dieron.