Por Ana Silveyra
Fui por primera vez a Chiapas hace cuatro años, conocí el estado viajando en coche con mis primos. Yo tenía 18 años y Chiapas se quedó grabado en mí como el lugar más hermoso que había conocido nunca.
El estado, que el 14 de septiembre cumplió 86 años de haberse consagrado como parte del territorio mexicano, desde la conquista ha tenido una historia difícil. Sus habitantes han sido víctimas de maltratos y abusos. Tzeltales, tzotziles, chamulas y lacandones han soportado cientos de años de injusticia y abandono. Es difícil creer que en un lugar tan bello pudiera existir tanta opresión.
Recuerdo las carreteras rotas, los niños pidiendo comida y jalándome para enjaretarme alguna artesanía, a las mujeres corriendo para venderme un rebozo o un Marcos de lana montado sobre un pequeño caballo. Quedé impactada al saber sobre los abusos del gobierno, que al igual que los españoles, despreciaban y abusaban de la misma población de la que lucran con el turismo.
El 1 de enero de 1994, el EZLN hizo escuchar por fin la voz de los indígenas. Con un levantamiento armado, la toma de ciudades y la estupefacción de todo el país, los indígenas se rebelaron y su insurrección hizo eco en el mundo. Sabemos bien cómo concluyó el levantamiento, se firmaron acuerdos, se crearon leyes, el gobierno intentó rectificar. Pero en realidad poco importaban las acciones que vendrían, el levantamiento se dio por puras ganas de decir “Hasta aquí tuve, no más”.
A los gobernantes poco les ha importado el bienestar de la población indígena, desde los hidalgos que por desconocer esa raza la denigraron, hasta los burgueses que creen que ser mexicano es de vergüenza.
A partir de entonces y para siempre, Chiapas se convirtió en un símbolo de autonomía, de insurrección, de libertad de expresión y artística. No precisamente porque los indígenas de la zona hayan logrado todo esto, simplemente porque ante los ojos de extranjeros y nacionales, Chiapas se volvió bohemia y permisiva, emancipado de normas preestablecidas, carente de roles sociales y de status quo.
Parece extraño que un estado en insurrección se poblara después con hippies, metafísicos, actores, esotéricos, vegetarianos y gente artística de todo el mundo. La libertad que ganaron los pueblos indígenas, la ganó la contracultura también. Chiapas pasó- de ser un pueblo olvidado, al pueblo que lucha, es una imagen a la que aspiramos todos: luchar por nuestras convicciones y vivir en libertad.
San Cristóbal de las Casas es el mayor ejemplo de todo esto. Es el estandarte hippie de toda una generación. Es hogar para cualquiera que desee vivir al margen, ahí no pasa el tiempo. Estás suspendido en una burbuja eterna. Como bien me dijeron estando allá, “Chiapas tiene ese poder de hacerte sentir aquí y, sólo aquí”.
Regresé en julio de 2010 y muchas cosas habían cambiado desde mi último viaje. Las carreteras eran nuevas y había más tramos en construcción, las escuelas se veían en buen estado, los niños indígenas no me presionaron tanto, ni sus madres corrieron a enjaretarme cosas. Hoy Chiapas vive otro momento histórico, quizá se debe a que su gobernador, Juan Sabines del PRD (hasta hace unos años solamente había ganado el PRI) siente una verdadera pasión por su estado natal y pretende llevarlo hasta lo más alto que pueda. No por ser partidista ni mucho menos apoyar al señor Sabines, pero reconozco los esfuerzos que se han llevado a cabo en el sur y lo aplaudo.
Tengo un profundo amor por esta región, por sus habitantes y por lo que la gente ahí está intentando hacer: una comunidad alternativa donde la cultura, el arte y las tradiciones son más importantes que la política, la religión y las castas sociales.
Chiapas es para mí, mi hogar, mi destino y mi salvación.
Jessica M. Garcia.
ResponderBorrarRealmente me gusto este articulo,es muy interesante y sobre todo plasmaste mucha pasión, que logras transmitir por chiapas, por otro lado, entre tanto caos y violencia en mexico da gusto escuchar buenas noticias.
Una buena experiencia que refleja un buen reportaje autobiográfico
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