Por Claudio Ochoa
Alumno de la Facultad de Comunicación
Los Estados Unidos: el país más poderoso e importante del mundo y por lo tanto el más odiado por muchos.
En su historia reciente ha sido el blanco perfecto de sus enemigos para perpetuar terror. Como ejemplos tenemos el 11 de Septiembre, la bomba en los Juegos Olímpicos de Atlanta y los intentos fallidos en contra del World Trade Center.
Los espacios públicos son amplios, su población vulnerable y los enemigos bastos, aún cuando existe una obsesión por mantenerlos fuera de su territorio.
Debo reconocer que al enterarme de la noticia, lo primero que pasó por mi mente fue el conflicto con Norcorea ya que sería el pretexto perfecto para arrancar una guerra que simplemente no se concreta y mantiene una tensión sobre nuestro vecino.
Sin embargo y con el paso de los minutos, me pregunté si este ataque podría tener origen interno, es decir, por parte de algún ciudadano afligido como los cientos que han terminado con la vida de otras personas en cines, colegios y puntos de aglomeración sin importar cuantas personas son afectadas.
Y es que estos últimos acontecimientos trágicos como las matanzas, solo han dejado claro un aspecto: el poder maquiavélico del ser humano.
Ya sea que se dispare una pistola o se detone una bomba, los Estados Unidos tienen que poner un control definitivo a la situación.
Parece que aunque "el niño esté ahogado, ellos se empeñan por no tapar el pozo".
Este es el momento para una verdadera reforma en cuanto al control de armas y de paso para el apoyo psicológico a su sociedad.
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