Por: Fernanda Bello / Practicum 1
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Este octubre llegó a las salas comerciales del país una película
que fue inmediata e irremediablemente comparada con la famosa Roma (2018)
de Alfonso Cuarón. Se trata de El ombligo de Guie‘dani (2018), cinta que,
voluntaria o involuntariamente, realiza
una especie de contrapropuesta de la relación que observamos entre Cleo y Sofía
en la cinta ganadora del Oscar a mejor película extranjera en los 91° Premios de la Academia.
En esta nueva perspectiva presentada por Xavi Sala, director
nacionalizado mexicano, conocemos a Guie‘dani (Sótera Cruz), una niña de 12
años que vive con su familia en una comunidad indígena de Oaxaca. La situación
económica que viven las obliga a ella y a su mamá, Lidia (Érica López) , a
buscar una mejor situación laboral en la ciudad de México; por lo que comienzan
a desempeñarse como empleadas domésticas en la casa de una familia acomodada de
la capital. El conflicto central de la
historia: Guie’ dani no logra adaptarse a este nuevo estilo de vida, al tiempo
que surgen en su mente y en su corazón una rebeldía y una disconformidad ante las
humillaciones y malos tratos de sus patrones.
Aunque en principio estos dos largometrajes comparten como
tema central cómo es ser una trabajadora doméstica en el país, lo cierto que
abordan el tema de manera diametralmente diferente. Roma, como Cuarón
mismo lo mencionó en su momento, es una especie de reflejo autobiográfico, y un
agradecimiento a la nana de su infancia. El ombligo de Guie’dani, por
otro lado, funge como un reflejo incómodo, directo, realista y más objetivo de la
situación.
El film de Sala propicia la reflexión de la sociedad al
evidenciar en pantalla la discriminación hacia los integrantes de nuestros
pueblos originarios, así como el clasismo que, aún en pleno siglo XXI, sigue
presente en la sociedad mexicana. Esto
lo vemos claramente en distintas situaciones que demuestran la profunda
hipocresía que se esconde en la aparente generosidad de la familia capitalina.
Por ejemplo, por un lado, le piden a Guie’dani y a Lidia que les hablen de tú, que tomen lo que quieran del refrigerador y que se sientan
como en casa. Por el otro, incurren en la violencia psicológica o emocional
al pedirles que utilicen cubiertos diferentes, que cambien su apariencia
personal o, lo más grave de todo, que dejen de utilizar su lengua, el zapoteco.
Así la película explora como esta discriminación/agresión,
que puede existir en medio de cortesías superficiales, llega a ser tan íntima y
personal, que termina empujando a las personas a la despersonalización, a una
renuncia identitaria, tanto de su individualidad, como de sus orígenes.
Además, podemos apreciar un choque generacional interesante
entre Lidia y Guie’dani. La primera tiene todavía la costumbre inculcada de la gratitud,
obediencia inmediata y sumisión a los patrones. La segunda, tiene una
conciencia más despierta que la hace ver cómo el trabajo que tiene, y la manera
en la que le exigen las cosas, atenta contra su dignidad como persona. Guie’dani
es capaz de ver, como ella misma la llama, la esclavitud en las circunstancias
en las que viven.
La película, al final de cuentas cumple con su objetivo de
invitar a la reflexión. Gracias a la manera incisiva que tiene de presentarnos la
visión del personaje principal, como espectadores nos cuestionamos la actitud
con la nos dirigimos a los trabajadores y a las comunidades indígenas, y la
situación actual de los derechos laborales de las empleadas domésticas.
¿Es correcto continuar utilizando el término patrón?, ¿cuáles
son los límites de lo que se puede exigir a un empleado doméstico?, ¿hemos sido
y/o somos jefes justos y respetuosos? y ¿qué medidas y acciones concretas
pueden garantizar el trato digno, justo y bien remunerado de los empleados domésticos?
Eso nos toca analizarlo y responderlo a cada uno de nosotros.
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