Por Vinícius Covas
Alumno de Comunicación
Aún por
la mañana ya me había dado cuenta que no era cualquier día. Caminaba por la
ciudad y veía un cielo gris con vientos fuertes, no tan tradicionales por aquí.
Con pensamientos sueltos y malos presentimientos rondando por mi cabeza, opté
por creer más en el detalle verde y amarillo en la ropa de la señora y en la
sonrisa del niño, que jugaba fútbol con amigos en la calle.
Sabía del
presagio, pero creía en lo increíble. Con todos los problemas del equipo
brasileño, ganar de la fuerte Alemania no sería una tarea fácil. Cuando la
racionalidad no nos conviene, todo lo que tenemos es el imaginario y en este
lugar estaban las esperanzas de 200 millones hoy. Sin embargo, hemos perdido.
Mejor digo, Alemania nos ganó. Y los confieso que 7x1 es menos doloroso que
1x0. Mientras empezaban a caer las lágrimas, Alemania hacia goles. Nadie
entendía lo que se estaba sucediendo. El tiempo corría contra todo un pueblo,
que mismo a tantas adversidades, creía que sí era posible.
Los
confieso que aún en los 40 minutos de la segunda etapa, esperaba la mágica.
Esperaba el milagro. Pero, no llegó. No siempre podemos ganar. En lugar de la
fiesta, se escuchaba el silencio, y el silencio hace ruido. Yo estaba ahí, en
una de las tantas calles desiertas del país, cuando comenzó a llover. Y no hay
metáfora más obvia para las lágrimas de 200 millones de brasileños, que tendrán
un día para nunca olvidar.
Este
pueblo, conocido mundialmente por la sonrisa, hoy no puede negar la tristeza.
Pero no tengas dudas que mañana el detalle verde y amarillo seguirá ahí; que la
playera nacional sellará nuestro pecho; el himno estará más fuerte; y que el
sol saldrá en medio de las nubes de este cielo que continúa gris.
Si en el
país rival un muro delimitaba el espacio de cada uno, en Brasil lo que vivimos
con esta Copa fue el contrario: todos estábamos en el mismo lado.
Gracias,
mi Brasil.
Vinicius
Covas, orgulloso por ser brasileño.
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