“Nada explica tanto a una cultura como la historia de su risa.”
-Juan Villoro
Es difícil mirarse al espejo. A algunos nos cuesta enfrentarnos a nuestro propio reflejo. Es complejo mirar nuestros defectos, porque nuestras virtudes siempre nos atrapan como demonios y nos alientan como ángeles a pulir nuestro desgastado ego hasta hacerlo rechinar de limpio.
El humor es un espejo enfrentable. El chiste es la mejor forma de darle valor a los defectos de una sociedad o de una sola persona. Reírse de uno mismo es un remedio para la espectrofobia. La risa es el camino hacia la liberación de lo reprimido, de lo que causa molestia cuando se toma como una certeza. La carcajada que surge de nuestras propias caídas nos revela el lado positivo de nuestros propios fantasmas.
El humor ha sido, desde siempre, una forma de desanudar las ataduras de la incómoda realidad. Tiene sentido que un país moralmente mojigato se ría con chistes homofóbicos, misóginos, discriminatorios en toda la extensión de la palabra. La discriminación inversa o positiva es el plato fuerte de ciertos reinos donde el Clasicismo es rey. Es explicable el hecho de enfrentarse al chiste como una ficción que representa una realidad que no se quiere ver con seriedad, que sólo se puede apreciar a través de la comedia, del chiste de la ficción.
Los bufones del huay tlatoani solían ser enanos o personas con deformidades y discapacidades a las que les daban utilidad: hacer reír al poderoso. Lo deforme puede causar miedo o puede generar hilaridad. Los circos de rarezas daban importancia a la insignificancia del cuerpo social. La sociedad mexicana tiene muchas virtudes, pero también muchos defectos. La anestesia común nos ha hecho no sentir ante la desgracia, ante la sangre, ante la corrupción, ante la catástrofe, ante la deformidad de nuestra administración pública.
Caricatura de Dario Castillejos
Antes de los extraños cambios de Noticieros Televisa, yo solía encendía el televisor a las 6:30 am para reírme de mí mismo. Para verme reflejado en un programa de televisión que no sólo me informaba, sino que lograba lo imposible: me hacía reír. El mañanero era un reflejo incómodo protagonizado por un personaje que a mi parecer es brillante: un actor vestido de Payaso criticando, burlándose de los payasos de cuello blanco. Brozo, el payaso tenebroso, comparte a su audiencia un poco de eso que es la sociedad mexicana pero carente de aceptación: La misoginia, el alcoholismo, el albur, las peladeces, las palabras altisonantes, el machismo, el feminismo, el doble sentido, la arrogancia, el enojo y, sobre todas las cosas, la sonrisa pese –pesa– la adversidad.
Pongamos en la mesa las cartas y dejemos claro el panorama: Brozo es un personaje que surgió de la mente de un actor que yo entiendo mejor como periodista, como comunicólogo. Víctor Trujillo es un genio de carne y huesos que creó a un genio de peluca y maquillaje que se muestra irreverente, y por irreverente, también es odiado por muchos.
Dicen que Sócrates estaba en contra de la democracia directa imperante en Atenas, esto por la existencia de ciudadanos ignorantes en cuestiones políticas que participaban en Política, decidiendo así el destino de la ciudad. Esto mismo llevó a que muchos miembros de la Asamblea ateniense quedaran en ridículo frente a los sofistas más aclamados del siglo V a.C.. Lo cierto que es que la creación de payasos dentro de la política es un fenómeno histórico inevitable en los países en donde prevalece la democracia como la mejor de las peores formas de gobierno y en otros estados donde simplemente gobierna la Ignorancia.
Los payasos políticos se hacen solos. En México, dichos payasos son criticados a lengua ácida por un payaso que actúa sus payasadas improvisadas frente a una cámara de televisión. Los otros payasos (los políticos) difícilmente fingen sus payasadas, pues sus tonterías se nos presentan como una incómoda realidad cuyas consecuencias se ven reflejadas en la vida cotidiana del mexicano.
Reírse de la tragedia la convierte en tragicomedia. México –país tragicómico– no teme echar la carcajada ante la descomunal ignorancia que no cabe en un solo hombre, mismo hombre que representa a ciento veinte millones de mexicanos. México –nación de la hilaridad– busca en la televisión aquello que sea capaz de romper con la seriedad de la vida diaria. México –lugar donde la realidad supera constantemente a la ficción– se apega a los paradigmas de la realpolitik para presentarnos a algunos servidores públicos que bien podrían ser personajes de una novela, aunque éstos logren superar la verosimilitud y nadie los crea posibles. Para estos representantes el espacio de Brozo siempre tiene las puertas abiertas.
Dicen que no hay mejor forma de entender una cultura que escuchando con atención el eco de su risa. Brozo nos retrata en su estilo a la hora de informar, nos hace entendernos como mexicanos. En la vida de este payaso la presencia de la figura femenina es indispensable: la mujer –“cosificada” al máximo, vuelta un objeto de consumo, enfundada en la investidura del doble sentido (“La Reata”)– se nos presenta como una vulgaridad que agrada a algunos y enfurece a otros.
El desagrado frente a Brozo, el personaje, se explica como una reacción típica del mexicano: La mejor forma de no enfrentar la realidad es enojándose con la realidad. Sentir incomodidad por el albur, la misoginia, las malas palabras, el alcoholismo, la drogadicción y demás elementos que conforman la mejor careta de Víctor Trujillo, nos obligan a reflexionar en torno a nuestros baches en la carretera en la que conducimos todos los mexicanos. Este país –ombligo de la luna– enfrenta las dos caras del satélite natural. México vive dos realidades: la ficción y la vida real. A veces es más cómodo vivir en el sueño que hacerle frente a la vida, Brozo nos da la cara más trágica de nuestro país por medio de la comedia como conducto.
Brozo es un payaso que a menudo se pone el traje de político. Para algunos representa el colchón crítico de Noticieros Televisa, para otros simplemente es un personaje izquierdoso que aplaude a la periodista de la izquierda. Brozo nos esculpe, nos muestra el reflejo de nuestra propia desgracia con una base de gracia que gusta y disgusta al espectador que espera todo menos las noticias.
Víctor Trujillo creó un personaje que busca sin buscar ser espejo de una sociedad hambrienta de chistes, de un país que se consolida en la risa, haciendo de lo terrible una comedia negra que recibe pocos aplausos, pero un sinfín de carcajadas… ¡Órale!
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