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jueves, octubre 27, 2016

La Casona de Coyoacán


Por C GuIs
Practicum I

“Yo solía pensar que era la persona más extraña en el mundo, pero luego pensé, hay mucha gente así en el mundo, tiene que haber alguien como yo, que se sienta bizarra y dañada de la misma forma en que yo me siento. Me la imagino, e imagino que ella también debe estar por ahí pensando en mí. Bueno, yo espero que si tú estás por ahí y lees esto sepas que, si, es verdad, yo estoy aquí, soy tan extraña como tú.” - Frida Kahlo

La Ciudad de México está llena de calles plagadas de cultura nacional, lugares emblemáticos y casas coloridas que cuentan un poco la historia de nuestro país, pero ninguna la cuenta mejor que la casita azul de Londres 247.

Esa casona con frondosos jardines y paredes pintorescas le perteneció a Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón, mejor conocida como Frida Kahlo. En ella vivió con sus padres y sus tres hermanas y posteriormente con su esposo, el muralista Diego Rivera.

El lugar vio nacer, crecer y morir a la artista latinoamericana. Presenció como a temprana edad sufrió de poliomielitis, lo que le impediría tener hijos posteriormente. La acogió en sus habitaciones después de su trágico accidente de autobús a los 18 años; situación que la dejó inmóvil por varios meses.

Fue justo después de este accidente cuando la mujer con flores en la cabeza empezó a pintar y a relacionarse con artistas, entre ellos Diego. Cuatro años después, los pintores se casan y hacen de la casona de Coyoacán su morada.
 
La casa azul cuenta la vida de Frida en cada rincón. La cocina, típica representación de su amor por lo tradicional con sus cazuelas gigantes de barro colgadas en las paredes. En ella se guisaban platillos para los que frecuentaban visitar como André Bretón, Tina Modotti, José Clemente Orozco, Rosa y Miguel Covarrubias, entre otros.

Su recámara de día, con el espejo en el techo para poder reflejarse y así, retratarse. En su cabecera, los pequeños retratos de Lenin, Stalin y Mao Tse Tung hablan de la ideología de la artista. En el cuarto donde dormía, su colección de mariposas obsequiada por el escultor japonés Isamu Noguch y el retrato de su amigo, Nickolas Muray.

En los pasillos, obras colgadas en las paredes como Viva la vida (1954), Frida y la cesárea (1931) y Retrato de mi padre Wilhem Kahlo (1952). En las esquinas corsés, muletas vitrinas con juguetes y adornos alegóricos y repisas con medicinas para soportar los dolores que tenía Kahlo debido a sus múltiples operaciones.

Un jardín amplio para el político ruso, León Trotsky, mientras se refugiaba en 1937 de José Stalin y otros aspectos hablan de lo que se vivía en esas paredes pintadas de azul, que ahora tienen la función de contar la historia a los más de 25 mil personas que la visitan mensualmente.


Frida Kahlo dijo una vez: “donde no puedes amar, no te demores.” En la Casa Azul pudo amar a sus seres queridos, a si misma y a su arte.

 

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