Por: Andrea Cabrera
Practicum 1
Giro
a la derecha y un grafiti enorme que dibuja la silueta de un luchador
sosteniendo una máscara me recibe justo en la entrada de la Arena
México, en el corazón de una de las colonias más emblemáticas de la
Ciudad, la Colonia Doctores.
En punto de las 7:30 de la
noche los focos de la marquesina anunciando “Arena México” ilumina cada
uno de los puestos ambulantes que forran la calle, puestos en los que
encuentras máscaras de cualquier color, forma y tamaño, playeras,
cuadernos y hasta tazas de tus luchadores favoritos… esto acompañado de
un delicioso olor a garnacha típica chilanga a la que ni tú ni yo nos
podemos resistir. A eso huele y eso es la Arena México un lugar
completamente irresistible y seductor lleno de folclor mexicano en cada
esquina.
7:45 pm y al fin logro destrabarme de ese
increíble espectáculo culinario, de luces y colores en el que me
encontraba completamente perdida, me formo en la taquilla y comienzo a
observar a la gente… vaya sorpresa la que me llevé al darme cuenta que
esa “tradición popular” como muchos lo denominarían, resultó ser mucho
más internacional e inclusiva de lo que muchos pensamos.
8:00
pm y me dirijo a mi asiento, una arena imponente llena de luces y
colores, me quedo perdida viendo al ring, mientras caminaba a lo lejos
apenas y podía ver dos personas enmascaradas haciendo grandes
acrobacias, me pierdo específicamente en el réferi que sin problema
media el triple y seguramente pesaba el triple de los luchadores cuando
de repente "¡GÜERO DEJA DE COMER! Maldito tirantes" escucho justo a un
lado de mi y era un señor... un señor muy particular que estaba sentado
junto a sus 3 hijos que parecían ser igual de fanáticos de la lucha
libre, los 3 llevaban puesta una máscara de luchador mientras devoraban
una deliciosa pizza y qué digo pizza si en la Arena México ¡encontré de
todo! Unas buenas palomitas, cueritos, tortas, papas, dulces, churritos,
pero ellos eligieron pizza.
Estando en mi asiento justo
termina la primera pelea y en punto de las 8:15 pm da inicio la
segunda, yo emocionada, mis palomitas a la mitad y al fin iba a ver el
comienzo de las luchas en vivo y a todo color por primera vez en mi
vida.
Anuncian a los luchadores, las luces bajan y la música
sube, los luchadores se pasean por una gran especie de pasarela, tantos
gritos, fotos, música y color, los hace ver como superhéroes, los
superhéroes de los cerca de 50 niños que brincan y gritan sosteniendo
carteles dirigidos a su luchador favorito y portando la máscara del
mismo, tan afición y amor por este deporte me deja la piel chinita.
8:20
pm y Los luchadores ya están en el ring, escucho a lo lejos "¡esta es
la gran pelea! Místico está en el ring" ¿qué ? ¿Místico? Lo había
escuchado tantas veces y juro hoy por casualidad, me encuentro frente a
él, frente a una lucha con él de protagonista, mi niña y adolescente
interior sintió un pálpito en el corazón que únicamente denotaba alegría
y admiración.
Decido mirar a mi alrededor para disfrutar cada una de las sensaciones que se presentan y abro por completo mis 5 sentidos.
No
saben con lo que me encontré, yo diría que el 30 por ciento de los
asientos estaba ocupado por extranjeros, me dio mucha emoción ver la
fuerza que tiene nuestra cultura y en específico está tradición popular
en muchas partes del mundo, estos extranjeros reían, gritaban y comían
como cualquier mexicano fanático lo estaba haciendo justo en el mismo
momento y justo en el mismo lugar. Todos éramos espectadores disfrutando
del espectáculo, entendí que México no es tacos ni tequila, también es
lucha libre, llena de estos superhéroes que en vez de capa llevan
máscara y que su misión es poner en alto esta tradición que cada martes,
viernes y sábado tiene como una de tantas cedes a la Arena México.
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