Por: Elizabeth Zamora
Practicum I
Cada año desde el mes de octubre
comenzamos a prepararnos para una de las celebraciones más icónicas e
importantes en México: el Día de Muertos.
En las creencias indígenas se pensaba que
la muerte era el comienzo del viaje hacia el Mictlán, el mundo de los muertos, conocido
también como Xiomoayan, término al que los españoles después llamaron
“inframundo”.
Se decía que el lugar al que eran
dirigidos dependía de la muerte que habían tenido y el tipo de vida que habían
llevado, no era una cuestión de castigo o premio basado en el cielo o infierno,
sino un conjunto de circunstancias que daban a conocer cuál era el camino que
debías de tomar. Por ejemplo, si la persona había muerto ahogada o en algún
acontecimiento relacionado con agua se mandaba con Tláloc al Tlalocan, los
guerreros, los sacrificados, las mujeres muertas en labor de parto o los
muertos a causa de una relación con sangre, se iban al Omeyocan, paraíso del
Sol, presidido por Huitzilopochtli. El Mictlán era para los que habían muerto
naturalmente, dependía el caso de la defunción de la persona para saber a
dónde dirigirlos.
Después de la Conquista, se creó una
fusión cultural que influyó en las costumbres y tradiciones que solíamos tener.
A esta celebración de muertos se le agregaron elementos nuevos que dieron fruto
al ritual festivo que actualmente conocemos.
Hoy en día seguimos con está tradición de
celebrar a nuestros seres queridos que han pasado a otro mundo pero que por una
noche llegan a visitarnos al nuestro, dejando el miedo de la muerte, no mirándola como algo obscuro y siniestro
sino armonizando con ella, viéndola como parte de nuestra realidad de una forma
natural, tal como nuestros antepasados lo hacían.
Es por eso que para el 2 de noviembre se
hace una cena de gala donde los invitados especiales son los difuntos, donde
preparamos un banquete lleno de elementos que permiten su entrada a nuestro
mundo por medio de una ofrenda.
La iglesia católica añadió ciertos días
específicos para está celebración, pues el 28 de octubre es dedicado a los que
fallecieron de forma violenta, el 1 es el Día de Todos los Santos y el 2 el Día
de Muertos, la mayor celebración en su tipo en nuestro país.
La ofrenda varía dependiendo la región
del país y las costumbres que se tengan, sin embargo, hay ciertos elementos
fundamentales que debe llevar, comenzando por los niveles que simbolizan el
camino. Si son 3 se dice que es por la tierra, el purgatorio y el cielo, una
idea arraigada a la religión católica. Pero también se suelen poner 7, es el que
se utilizaba originalmente, hacen alusión a cada uno de los
estadíos que pasa el alma para llegar a su descanso.
En el altar se ponen
ciertos elementos que ayudan a guiar al espíritu desde su viaje para permitirle
pasar una velada con nosotros. Dentro de los más importantes se encuentran:
El agua: Es una fuente
de vida que se les ofrece a las almas para mitigar su sed tras un largo viaje.
En algunas culturas también representa la pureza del alma.
La sal: Es el elemento
purificador que ayuda al alma a no corromperse en su viaje.
Las velas: Iluminan y
sirven como guía, se extienden en forma de sendero para alumbrar el camino o
bien se pueden colocar según los puntos cardinales también para guiarlos.
Arco: Este va colocado en la cumbre del altar y simboliza la entrada al otro mundo, el mundo de los muertos.
Flores de cempasúchil: El
camino del color y olor, es muy importante ponerlas pues son el sendero que
conecta el otro mundo con este.
Flor de alhelí y nube:
Las flores adornan y aromatizan el lugar, para que su entorno sea agradable. En
el caso de éstas dos se usan como símbolo de ternura y pureza para acompañar el
alma de los niños.
El petate: A pesar de
sus tradicionales usos el día de muertos se ocupa de dos funciones: como
espacio para que las almas puedan descansar y como mantel para sus alimentos.
Fotografía del difunto:
Honra la imagen de la persona que vendrá a visitarnos. Es el retrato de la
persona a la que se le dedica la ofrenda. En algunas comunidades se suele poner
de espaldas y frente a un espejo para que se entienda que se puede ver pero ya
no existe.
Comida: Se ponen los
platillos tradicionales o los favoritos del difundo para que tras su largo
viaje pueda disfrutar de sus alimentos preparados por sus seres queridos.
Calaveritas de azúcar
Sirven para recordar la presencia de la muerte entre nosotros.
El izcuintle: Se pone
un juguete o figura en forma del perro izcuintle, que los ayuda a cruzar en su
camino de ida y vuelta. Se usa más para ofrendas de niños pero sirve como guía
para las almas. En la cultura prehispánica se creía que es quien ayuda a cruzar
el río Chiconauhuapar, el último paso para llegar al Mictlán
Cruz: Otra de las
partes agregadas tras la evangelización, se pone en la parte superior del
altar, a una lado de la foto del difunto, puede ser de ceniza o sal. Su función
es para que el alma pueda expiar sus culpas pendientes.
Bebidas alcohólicas: Si
es adulto se ponen sus bebida favorita para que celebre el festejo y disfrute
su festín.
Una imagen de las
ánimas del purgatorio: Sirve para que si el alma se encuentra en el purgatorio
pueda liberar sus pecados con más facilidad.
Objetos personales: En
algunos lugares ponen pertenencias del difunto para que pueda recordar momentos
de su vida.
Este día se hace una
celebración que nos identifica, en el altar no puede faltar el papel picado de colores que aluden a la
alegría festiva del Día de Muertos e identifica nuestra tradición.
Telas de seda y satín,
figuras de barro, ropa limpia u otros elementos se usan como ornamentos para
crear una bella ofrenda que se hace para darle una noche extraordinaria a
nuestros seres queridos que se han adelantado.
El
2 de noviembre es un día en el que se celebra
poniendo altares en tumbas, casas, iglesias, etcétera. Buscan conducir a las
almas hacias sus moradas y lugares donde fueron queridos y ahora son
recordados, una bellísima tradición
mexicana que une lo espiritual y lo terrenal en una misma dimensión, volviendo
de una noche común una lunada mágica.
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