La luz de una lámpara de escritorio ilumina la mitad
del rostro de quien, por razones obvias, me pidió que no publicara su nombre. La otra mitad de la cara, es alumbrada con
mucho menor intensidad por la luz blanca del monitor. Estamos en un
departamento de un piso en la Colonia Narvarte, de la Ciudad de México. Don
Pirata Informático, mueve los dedos velozmente sobre el teclado de una
computadora armada. “Espérame, nada más dejo esto uplodeando” me dice sin despegar los ojos de la pantalla.
En el 2011, el entonces presidente de la Confederación
de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo, Jorge Dávila Flores,
dijo en una entrevista para el Excélsior, que la economÃa ilÃcita es la
principal generadora de empleo e ingreso en México. Actualmente (2014) el valor
del ingreso que deja la piraterÃa en el paÃs está calculado en 75 mil millones
de dólares al año según datos de la Cámara Nacional de la Industria de la
Transformación (Canacintra). Comparto estos datos con el entrevistado y le pido
su opinión.
El estudio en el que nos encontramos, está impecablemente organizado.
Las plumas sobre el escritorio están ordenadas por color: dos negras, dos
azules y dos rojas. El entrevistado es un fanático de la música, por lo que las
paredes están cubiertas por posters de bandas de rock clásico: Los Beatles, Pink Floyd, Queen y The doors, resaltan del resto.
Mr. Pirata Informático tiene las
manos llenas de trabajo, la mayorÃa del tiempo. Consigue cualquier software para computadora. Esa es su
principal fuente de ingreso, aunque también, en ocasiones, consigue archivos de
alta calidad de pelÃculas y a los CD’s,
pero ahora se está alejando de eso, porque no deja tanto dinero.
“Es una lucha constante y en mi
opinión ridÃcula. Hay un grupo de expertos de informática que son contratados
por las grandes empresas: Adobe, Windows, Apple, la que tú quieras, para crear
algoritmos y barreras para que nadie que no pague tenga el software, y del otro
lado, existe otro grupo, mucho más cuantioso y por lo tanto mucho más ingenioso,
de hackers que nos dedicamos a romper sus códigos y sus barreras, para vender
el software mucho más barato. Y pues somos tantos que siempre hay alguien que
encuentra cómo romperlos.”
Si se suman los ingresos petroleros del 2011, equivalentes a 41 mil 682
millones de dólares, los 21 mil 271 millones de dólares que entraron al paÃs
por concepto de remesas, y los 11 mil 872 millones de dólares que dejó la industria
turÃstica en 2010, ni asà se juntan los 75 mil millones de dólares anuales que
deja la venta de mercancÃas sin licencia.
A mediados del 2011, American
Chamber of Commerce México, publicó una encuesta sobre el consumo de piraterÃa
en México. Las cifras fueron reveladoras y alarmantes. El estudio arrojó que 8
de cada 10 personas encuestadas han consumido en internet por lo menos un
producto sin licencia; de este 80%, el 47% se encuentra en un rango de
edad de entre los 16 y los 30 años.
El entrevistado me pide que me
acerque a su computadora, me muestra una tabla de Excel que revela los precios
de la suite de Adobe completa del 2014. Rebasa los 20 mil pesos. Me dice “yo la
instalo por 2,000, y funciona idéntico. Dime tú quién en México tiene 20,000
pesos para gastar en un software”. Él tiene una educación universitaria y se
fue metiendo al negocio de software pirata porque era muy bueno en informática.
Al preguntarle sobre los demás
crÃmenes que genera la venta de mercancÃas ilÃcitas, el entrevistado se nota
incómodo “Es cierto, pero no es mi rama. Hay ámbitos en los que se asaltan
camiones, pero eso ya casi no pasa. Ahora todo es una gran mafia, los
conductores están involucrados, también. La verdad es que casi todos salen
ganando con la piraterÃa. Además en México es un crimen menor y casi nunca es
perseguido.”
Me detengo a meditar sobre lo que me
dice, fijo la vista en el poster de “Abby Road” en el que Paul, John, George, y
Ringo cruzan la emblemática avenida. Una pregunta me viene a la cabeza y
disparo. Cuestiono a este pirata moderno, sobre su opinión de los derechos de
autor. Me observa unos segundos, se percata de que estoy mirando los posters,
se recarga sobre el respaldo de su silla
y los contempla conmigo: “Todos ellos ya tienen la vida resuelta”, concluye.
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