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domingo, marzo 07, 2010

“nAnAnAnA nA nA nAnA...”

El potrillo, retumba en la Anáhuac





Por Laura Gómez Aurioles:

Los paramédicos la acomodaron en su pequeña moto, María estaba emocionada y triste a la vez, después de varios conciertos ella creía que este sería el último que vería. Había logrado entrar al estadio, pero ahora había otro obstáculo: ¿cómo iba a atravesar todo el mar de gente para llegar hasta adelante en la zona VIP B? En momentos como este el no poder caminar es algo casi crucial… Por suerte unos individuos con chamarra negra y una “A” naranja llegaron para auxiliarla. El concierto comenzaba y María no sabía si llegaría a tiempo… El camino cambió de relieve un par de veces y María tuvo que ponerse en pie con la poca fuerza que aún tenía en sus piernas para que aquellos que la auxiliaban acomodaran nuevamente su moto sobre la nueva superficie. Su artista favorito comenzó a cantar… María enloquecía mientras le habrían paso en la primera fila, la gente dejaba que continuara su odisea frenética. Finalmente, lo logró: Estaba a unos metros de su artista preferido, Alejandro Fernández.



El hijo del buen Vicente Fernández lucía, bueno… ¡cómo quería! Y María no cabía en sí misma, sin dejar de sonreír y tomar fotos con su celular. No podía creer que estaba tan cerca. Después de un par de canciones sonó el conocido “nananana na na nana...” del conocido éxito “Se me va la voz” y todo el público se volvió loco. Alejandro sólo estaba comenzando, la cosa se pondría mucho mejor.



María casi se caía de su pequeña moto después de ver los dos cambios de ropa posteriores que su ídolo portó. Primero cambió su look casual por un traje de mariachi que lo hacía ver sumamente atractivo. Y bueno, ni hablar de los pantalones de cuero negros del final, no cabe duda que un hombre luce más atractivo conforme pasan los años. No obstante, no es sólo el arreglo personal sino la actitud lo que hacen de este artista un ícono de virilidad. Se entrega a su audiencia, canta con el corazón, les sonríe, les coquetea, les baila… María no dudaba que haber ido hasta la Universidad Anáhuac México Norte había valido la pena, estaba a metros del potrillo de sus sueños.




El show fue magno: pantallas enormes, luces, humo, músicos, mariachis, trompetistas tan diestros que por momentos tomaban protagonismo, bailarines y, evidentemente, la ovación de miles de personas conjugadas en el cierre del Día Anáhuac 2010. Alejandro hizo notar que hasta la luna, que lucía hermosamente teñida de amarillo, “había sido traía por él para su público”. La noche fue mágica.




La lista de canciones fue extensa, desde éxitos como: “Abrázame”, “Con tantita pena” y “Bandida”; pasando por “ Me dediqué a perderte”, “No”, “Canta corazón” y “Te voy a perder”; hasta clásicos como “Mátalas”, “Nube viajera” y “Como quien pierde a una estrella”, que incendió corazones de hombres y mujeres. Además, Alejandro interpretó clásicos, incluidas canciones de su padre, como “Si nos dejan” y “Mujeres Divinas”.




Casi cumplidas las dos horas del concierto el potrillo comenzó a mostrarse un poco pasado de copas y su voz sonaba más festiva y susurrante que al inicio. No obstante, su desempeño siguió entusiasta y reconocido por su público, que sintió empatía por su estado etílico singular. Media hora más se extendió el espectáculo y la pirotecnia dio por concluido uno de los eventos más concurridos en la historia de la universidad.



Pronto los chicos de la chamarra negra y la curiosa “A” naranja (del staff de la Federación de Alumnos de la Universidad Anáhuac (FESAL), para los que aún no saben quienes son) regresaron por María. La aventura había terminado pero los recuerdos durarían para siempre. A final de cuentas el Día Anáhuac no sólo fue para todos los estudiantes, sino también para aquellos que se dejan contagiar por el naranja y el esfuerzo de todos los involucrados en la organización de esta celebración . Si bien lo recaudado irá para la construcción del Hospital Infantil en Haití por la Universidad Anáhuac, el concierto de Alejandro Fernández logró dejar un “nananana na na nana...” en el corazón de todos los que vivimos este 3 de marzo en la Universidad Anáhuac.


Nota: Basado en una historia real, el nombre es ficticio por razones de privacidad.

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